lunes, 29 de enero de 2018

LA TEJEDORA ARACNÉ (MITO)

Aracné por Gustav Doré (Ilustración para el
Purgatorio de la Divina Comedia)
No había cómo disuadirla. Aracné, hija de un modesto tintorero de Colofón, insistía en proclamar ante cielo y  tierra su extraordinario talento de tejedora. No prestaba oído a las recomendaciones de modestia. A los más viejos de la ciudad les respondía con cinismo. Su vanidad era tal que rechazaba la ayuda de cualquiera.
Sus trabajos eran en verdad maravillosos. Difícil era suponer que fueran igualados en perfección y belleza por la obra de otro mortal. En las manos de la tejedora, los bordados de los mantos adquirían vida, envueltos en la magia de una nueva dimensión, la dimensión divina.
De toda Grecia, hombres, viejos y niños acudían a verla. Las ninfas dejaban los lagos y los bosques para seguir atentamente la huella de sus hilos.
La artesana de Colofón aprovechaba el vasto público para repetir su estribillo. En materia de tejido y bordado se declaraba única, perfecta e insuperable. Aún más perfecta que la diosa de los tejedores, Atenea.
Y, a pesar de su orgullo, la gente tenía lástima de ella, porque sabía que desafiar a los dioses es locura.
Un día la orgullosa tejedora fue interpelada por una vieja mujer, jorobada y arrugada, de cabellos blancos, túnica negra y bastón. Sabiamente le recomendó que dejara de vanagloriarse y se arrepintiese de su jactancia. Porque actuando así, dijo, todavía podría obtener el perdón de Atenea.
La fábula de Aracné (las hilanderas) (1657) de
Diego de Velásquez. Museo del Prado
Pero Aracné no aceptó el consejo. Por el contrario, volvió a desafiar a la diosa diciendo que no tendría temor alguno si Atenea viniese a competir con ella en el arte de la tejeduría: sabía que no había razón para temer, puesto que la diosa no tendría el valor de someterse a tal prueba.
La vieja entonces se arrancó el manto, arrojó lejos el bastón, se alisó las arrugas del rostro, e irguió altiva el cuerpo. Era Atenea.
Aracne no se inmutó ante la transformación de la vieja mujer. Al contrario, se puso muy contenta: había llegado la hora de realizar su sueño de hegemonía. Y las dos rivales empezaron, a una voz, a tejer magnificas tapicerías.
Atenea decidió bordar la escena de su disputa con Poseidón (Neptuno) por la ciudad de Atenas. Doce inmortales figuraban en su trabajo. En el medio de ellos, Zeus, el padre de los dioses y los hombres. Poseidón empuñaba el tridente, con el que acababa de golpear la tierra. Atenea misma figuraba con el yelmo en la cabeza y el escudo cubriéndole la mayor parte del cuerpo. Y en los bordes de la tela bordó escenas terroríficas, en las que los dioses castigaban a los mortales irreverentes.
El trabajo de la diosa parecía real. Las aceitunas del olivo que ofreciera a los atenienses parecían naturales. Los delicados contornos de las mariposas sugerían el vuelo como si fuese real. El Olimpo y las divinidades completaban el conjunto otorgándole belleza y esplendor.
Aracné o la dialéctica (1520) de Paolo Veronesse
Aracne representó en su tela los defectos de los dioses. En un ángulo, Leda acariciaba al cisne, que era el propio Zeus. En otra esquina la bella Dánae, encarcelada, recibía la lluvia de oro, disfraz con el que Zeus la visitaba para el amor. Amores, traiciones, crueles venganzas recubrían, con talento y arte, el tapiz de la tejedora de Colofón.
Cuando las obras quedaron terminadas, fue imposible encontrar defectos en cualquiera de los bordados. Nada pudo decir Aracné contemplando la obra de la diosa. Y Atenea, sorprendida, comprobó que la mortal no se había alabado en vano: era en realidad habilidosa en grado sumo y merecedora de admiración.
Pero esto no cerraba la cuestión. Irritada con la igualdad así demostrada, la diosa arrebató la tela bordada por Aracne, la arrugó y la desgarró. Y no satisfecha con eso, hirió a la rival con su aguja.

La herida más profunda, sin embargo, fue la abierta en el amor propio de la valiente tejedora que, ante la imposibilidad de destruir a la diosa, intentó ahorcarse. Pero Atenea no le permitió morir. La transformó en araña y la condenó a tejer, suspendida en las alturas, la delicada tela que los vientos rasgan fácilmente...

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