miércoles, 29 de enero de 2020

DESDE LA AZOTEA*: SIETE LIBROS DE POESÍA DEL 2019



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Durante las últimas semanas de diciembre del 2019, pude tener acceso, gracias a algunos amigos, a un número considerable de poemarios publicados en ese año. Fue entonces que, aprovechando las vacaciones de enero, me dispuse a elaborar reseñas de aquellos libros que más llamaron mi atención. Los criterios que me sirvieron de guía fueron el modo en que se trabajó el lenguaje, lo novedoso de la propuesta estética o la potencia expresiva que se podía desprender de los textos.

Fueron aproximadamente treinta los libros consultados; y aunque en un primer momento pensé en escoger diez, finalmente –y, sobre todo, por razones de tiempo-, me quedé con siete –que igual es un número cabalístico y también refiere la idea de totalidad.

No pretende este ser un balance definitivo ni mucho menos un ránking; no podría afirmar que un poemario es mejor que el otro, lo que sí he considerado es tratar de comentar algunos libros que me parecieron buenos –o, en su defecto, interesantes- e intentar ofrecer algunas pautas de lectura para aquellos lectores que se acerquen a estos por primera vez. Asimismo, los textos se escogieron teniendo en cuenta la coherencia del proyecto que en sí todo libro debe poseer; una observación detallada evidenciará que los siete poemarios son bastante disímiles entre sí, tanto en contenido tratado como en lenguaje literario.

Cabe resaltar, para evitar suspicacias, hacer la siguiente aclaración: de los siete autores elegidos, con solo uno de ellos me une un vínculo amical; con otros tres, solo he intercambiado algunas palabras alguna vez; mientras que a los restantes, recién pude tratar con ellos en las primeras semanas de enero.

Hubo textos a los que me hubiese gustado acceder, pero a los que, por diversas circunstancias, no pude; queda una deuda pendiente con ellos.

Modestamente, este trabajo pretende sentar la base para estudios o análisis posteriores de los autores en cuestión.

Estos son –en orden aleatorio- los poemarios que considero los más importantes del 2019

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(*El título “Desde la azotea” refiere a cierta altura o distancia desde donde se observa al texto –pero también refiere la ubicación de mi más reciente morada.)





SIEMBRA DE ESPIRALES


Uno de los libros de poesía que mejor acogida tuvo el año pasado fue Siembra de espirales (Alastor, 2019) de la poeta Navale Quiroz (Apurímac, 1980). Con anterioridad, la autora nos ha entregado los poemarios Nohombre y Ondinas: la forma del agua. En este libro, al igual que en los anteriores, podemos encontrar ciertas constantes de su poética como un uso esmerado del verso y la presencia de elementos de carácter simbólico –como el agua o el fuego, por ejemplo.

Estructurado en cuatro secciones, Siembra de espirales puede ser leído como un canto al origen y a la creación; la espiral, entendida así, sería el movimiento creador que da comienzo y permite el desarrollo de la vida, la existencia. Al respecto, se pueden encontrar ideas en el libro que de una u otra manera refieren esta vuelta al inicio: ya sea a través de la unión con el ser amado –como en la sección primera, “Uni-verso”-, ya sea a través del simbolismo del agua –por ejemplo, en la sección “Los cursos del agua”- o cuando en algunos textos se emplea la figura de la semilla como metáfora del principio creador. Sin embargo, el texto no se queda en poetizar sobre el origen, sino que, por momentos, tiende hacia la reflexión, al autoconocimiento: “(…) solo se oye/ mientras alguien pega su oído a la caracola/ para tener la memoria jurásica/ de los peces que habitaron un día los desiertos/ entonces salvajes/ saciados de aguas imposibles / consumidos en las profundidades de sus abismos/ ¿Quién sabe realmente de dónde he surgido?”. Una sección ligeramente diferente a las otras es la tercera, “Habitación terrestre”, cuya temática aborda asuntos más “concretos” o “terrenales” como el cuerpo, el encierro o el dolor por el hijo que se pierde.

Con respecto al lenguaje empleado, cabe señalar que hay un uso recurrente de imágenes que refieren al agua –“mares”, “nubes”, “lluvia”-;  fuego –“supernova incandescente”, “lucero brillante”-;  aire  –“plumas de viento”, “hálito”-; y tierra –“habitación terrestre”, “desiertos”. Una muestra de lo anterior la encontramos en el poema “Tetrapoiesis” que, justamente, se divide en cuatro secciones tituladas como los elementos antes mencionados – y que merecería, al igual que el libro en su conjunto, una lectura a partir de las reflexiones que llevara a cabo Gastón Bachelard sobre la imaginación poética.

En general, en Siembra de espirales se pueden encontrar poemas logrados, de buena factura, en los que el lenguaje poético deja transparentar el sentido de cuanto se desea transmitir. Presencias ineludibles en el libro son los desiertos –en una clara referencia a Ica-, así como en uno de los textos finales, la madre. Pese a lo señalado, una observación puede hacerse al conjunto: por momentos, temáticamente pareciera que se dispersa pues son muchos los asuntos que se abordan: desde la pasión amorosa hasta el encierro pasando por la reflexión sobre el espacio en que se habita. No obstante, un mismo lenguaje –en el que resuenan los ecos de Edith Södergran o de la Blanca Varela de Ese puerto existe- y un mismo hilo conductor –el hecho de que el conjunto apunta a ser una reflexión sobre el origen- le otorgan el sentido de unidad al libro. Acertada la apuesta del sello Alastor por este libro, justificada con creces la mención de este poemario como uno de los mejores del 2019.





POEMAS TRISTES PARA CHICOS TRISTES Y CHICAS SINCERAS

Quizás el mayor mérito de Poemas tristes para chicos tristes y chicas sinceras (C.A.C.A. Editores, 2019) de Roberto Valdivia (Lima, 1995) es el hecho de que sea el intento de retratar a una generación en particular –jóvenes de clase media, influenciados por el rock y la cultura mass media, que tienen acceso a Internet y con angustias existenciales.  Si en MP3 Valdivia se había presentado como un autor diestro, conocedor de su tradición, es en este libro, junto con Salinger –texto publicado íntegramente en Internet- en el que, conscientemente, se aproxima más a los postulados de la denominada Alt Lit.

Escrito en registro conversacional y con un marcado tono narrativo, Poemas tristes para chicos tristes y chicas sinceras refleja, de esta manera, un tipo de sensibilidad; muchachos solitarios que en la era de Internet intentan comunicarse , y que, de alguna manera, parecieran “regodearse” en un estado de ánimo depresivo. La depresión, en ese sentido, no pareciera un hoyo del que hay que salir, sino más bien un estado celebratorio en el cual la voz poética encuentra en el texto su razón de ser. Esta sensación se refuerza, sobre todo, por el tono confesional del libro en el que, si bien por momentos aflora algo de humor, carece de la crítica social que sí se podía encontrar en el primer libro del autor – en ese sentido, habría que recalcar además que MP3, pese a las referencias a la cultura pop, es más bien un libro escrito en registro coloquial, muy cercano al de los poetas del setenta.

En general, los poemas no decaen en calidad, pero  dentro del grupo destacan “B 612”, “Tilsa Otta”, “Poemas tristes para chicos tristes y chicas sinceras”, “Un chico caminando furioso (no a solas) en la avenida Abancay…” y los poemas dedicados al Centro Cívico y al Centro Comercial Arenales –que como dos torres parecieran cercar el poemario. Todo esto escrito empleando constantes imágenes que refieren a la cultura pop y haciendo gala de un ritmo que atrapa al lector y que justamente nos muestra uno de los mayores méritos de Valdivia como autor: su buen oído para el verso.

No obstante, los logros antes mencionados, a la par que se avanza con la lectura de los poemas se empieza a notar ya cierto desgaste: por momentos, el estilo pierde frescura y originalidad en tanto uno se termina familiarizando con el estilo y la perspectiva del autor. Dada esta situación, cabría preguntarse si es que Valdivia persistirá en este tipo de escritura o si –como todo creador de fuste- terminará por reinventarse.

En conclusión, podemos afirmar que Poemas tristes para chicos tristes y chicas sinceras es un libro acertado  y una de las mejores muestras de una tendencia que en nuestra poesía cuenta ya con varios epígonos.





LA BATALLA DE LA VUELTA DE OBLIGADO


En el 2019, el sello Alastor publicó dos óperas primas: Albión de Victoria Mallorga (Lima, 1995) y La Batalla de la Vuelta de Obligado de Melissa Olivares (Lima, 1989). En ambos casos, se trata de textos bien escritos que abordan, de manera particular en cada caso, la presencia/ausencia del ser amado y la construcción de la identidad. No obstante, llama la atención el caso particular de Olivares: a la ambiciosa presentación del libro –formado por textos desplegables en los que se podían encontrar constantes signos como flechas direccionales- se sumaba el empleo de un lenguaje un tanto hermético, en el que los referentes podían ser la moda, la biología o la medicina. La labor para el lector se complica aun más si tenemos en cuenta el título: La Batalla de la Vuelta de Obligado –día de la soberanía argentina- que, referencialmente, no tendría vínculo con la aparente temática amorosa del libro.

No obstante, Olivares logra con destreza construir un universo que se abre/cierra sobre sí mismo. Una primera lectura nos pareciera presentar una presencia –el sujeto amado- que es, por momentos, interpelado por la voz poética: “Quién te crees/ para forzar melodías/ y coserlas a mi muñeca/ No hay vacío de experiencia/ no eres un sádico degollador/ Eres la fracción/ de lo que no se debe/ pero se quiere”. Sin embargo, el tema amoroso termina cediendo –o, finalmente, es un pretexto- para señalarnos un cuerpo que es torturado y que constantemente se está interrogando: “¿Empiezo?/ ¿Volver?/ Cómo volver/ si el suelo/ es o se transforma/ en espejos superpuestos”-. Esta idea, la de un cuerpo mortificado, es a su vez reforzada por el empleo de las flechas y gráficos, los cuales contribuyen a generar/ potenciar la sensación de confusión y encierro. No es entonces solamente un cuerpo que sufre, sino que su padecimiento se debe a que, a fin de cuentas, termina por ser apresado por su mismo lenguaje –el epígrafe de Lacan es esclarecedor al respecto.

Libro que escapa a lo convencional desde la presentación misma, La Batalla de la Vuelta de Obligado propone así una lectura particular en la que la disposición de los versos es complementada con los gráficos. Es más: la presentación física de los poemas, a modo de hojas desplegables, pareciera invitar a otro tipo de lectura: a leer/contemplar el poema como si de un lienzo o un telar se tratara. Esto quizás se explica por la presencia de elementos propios del discurso de la moda, lo que podría sugerir una lectura intertextual –un ejemplo de esto, lo observamos en el poema “Alexander McQueen”, dedicado al fenecido diseñador, en el que al final se observa el diseño de un tartán, un telar típico escocés, formado por rayas verticales y horizontales. Solo una observación: el título del libro si bien hace referencia a un contexto histórico determinado –la Batalla de la Vuelta de Obligado- habría que preguntarse hasta qué punto la resemantización del mismo es pertinente para la propuesta de una autonomía frente al lenguaje.

Sin duda, una de las publicaciones más interesantes del año. En una época, en que pareciera que a la mayoría de poetas les preocupa más el referente o el contenido al que aluden sus textos, es de celebrar que una poeta apunte al trabajo con el aspecto formal. Un texto que no debe ser leído de una manera convencional, sino, sobre todo, a partir de los códigos y del mismo lenguaje singular que propone.





ARDER



Arder (Higuerilla editorial, 2019) del poeta peruano Julio Barco (Lima, 1991) es la segunda parte de un proyecto mayor, la tetralogía El cuarteto de la plenitud. Con anterioridad, el autor nos entregó Respirar, libro en el que si bien podíamos encontrar algunos temas recurrentes del autor –como, por ejemplo, la descripción del espacio citadino- se centraba sobre todo en develar la marginalidad del yo poético así como en, por momentos, mostrar una crítica social. En Arder, pese a que se percibe una continuidad con el libro anterior, se pueden observar algunas variantes. Tal vez lo más llamativo del texto sea una marcada influencia de la escritura de Verástegui de Monte de Goce en lo que refiere a estilo y disposición de los versos; no obstante, los temas son diferentes: mientras que el autor de los Extramuros del mundo intenta hacer un tratado sobre el erotismo y llevarlo a un plano metafísico, Barco se centrará en proponer una poética.

Se puede entender Arder así como una metáfora del acto de crear. El poeta, como sujeto excluido del proyecto moderno, es quien en estado de combustión va generando imágenes a la par que transita por la urbe. En nuestra tradición poética, sobre todo a partir de la década del setenta, la ciudad se convirtió en un referente principal para muchos poetas; en el caso de Arder es pretexto para llevar a cabo una reflexión sobre el acto de crear.  El poeta en este caso aparece como ser iluminado en medio de la confusión y el caos urbano. Esta perspectiva de raíz romántica –la del poeta como genio creador- y baudeleriana -como observador de la ciudad- le sirve a Barco como motivo para dar inicio a su propuesta, en la que por momentos describe el espacio urbano –“(…)pasajero en trance:/ bajar irremediablemente a Lima es volver a ser destrozado/ bajar por las bancas de plástico de Balta/ atravesar el puente con venta de espejos, pasadores, peines”-, mientras que en otros, se adentra y reflexiona, lo que se evidencia en la constante pregunta “¿Y ahora en qué piensas?” que está presente como una interpelación constante a lo largo del poemario.

Tal vez algunos de los mejores momentos del libro sean aquellos en los que Barco emplea imágenes que brotan libremente -“Ahí donde el invierno recrudece y sacude las hermosas uvas hasta volverlas violáceos bloques de hielo, la cigarra permanece aferrada a su música y sigue tocando, y sigue tocando, y sigue tocando…”-, mientras que son discutibles aquellos en los que el autor produce fricciones al juntar referentes disímiles como “Li po comiendo salchipapa por la av. Chimú” o “Blanca Varela chatea en un ciber de Tayacaja” –que podrían ser entendidos como un intento de transgresión, pero cuyo balance final escapa a la brevedad de esta reseña. Sin embargo, visto como proyecto el libro presenta una evidente estructura que está marcada por el tránsito del poeta como personaje y voz que va recorriendo /reflexionando sobre el quehacer poético a la vez que intercala otros temas como el erotismo, la crítica social o la reflexión sobre la identidad –y, en ese sentido, destaca, particularmente, la fuerza del texto final del libro, “Precipicio de yoes”.

Escrito con un lenguaje potente, Barco nos entrega así un buen libro en el que muestra su visión personal de la creación poética, haciendo un uso de un marcado yo y dialogando, por momentos, con su tradición poética. Una de las publicaciones más interesantes y ambiciosas del 2019; queda así pendiente el cierre de este ciclo cuando el autor culmine su tetralogía.





LAS ILUSIONES


Las ilusiones (Alastor, 2019), quinto poemario de José Miguel Herbozo (Lima, 1984), es un libro que pareciera, en primera instancia, de difícil acceso. Escrito en su mayoría en un lenguaje en el que resuenan los ecos de Adrienne Reich o Mark Strand,  el texto apuntaría, al parecer, a poner en entredicho el sentido de cuanto es percibido. En ese sentido, Las ilusiones nos invita a no abordar los conceptos como fijos, sino en las diversas posibilidades que estos ofrecen. Términos reiterados a lo largo del texto como “hambre”, “belleza”, “quietud”, entre otros, de esta manera, deberán ser percibidos en su diversidad de significado y en su realización contextual. En este mundo posible, no existen absolutos, ni univocidad de significados – lo que lo emparenta, de alguna manera, con ciertas tendencias del pensamiento contemporáneo. La ilusión, así, puede ser entendida como recuerdo, sueño, engaño (“En su rincón del mundo/ la propia imagen miente”) o, en la mayoría de ocasiones, como maraña simbólica que cubre otra realidad –en constante movimiento, o más terrible o atroz:- y que, como si se tratase de un velo, nos impide acceder a esta última. Este carácter ilusorio, asimismo, se hace extensivo a toda la realidad y a la cultura, en tanto construcción humana, constituyendo de esta manera a la ilusión como un estado de percepción natural de las cosas (“un sueño solamente/ es real”) y del modo en que se percibe el mundo (los epígrafes del libro en los que se cita a William Wordswirth y Theodor Adorno son ilustrativos al respecto)

Conocedor de la tradición en lengua inglesa –para este caso, la norteamericana de la segunda mitad del siglo XX-, Herbozo nos entrega así un libro logrado, lírico y hermético a la vez que preciso en el uso de los términos. Contemplativo por momentos –heredero de alguna manera de esa observación directa de la realidad de los románticos ingleses- y reflexivo en otros, este libro es, además, una apuesta por el uso esmerado del lenguaje. Destaca el trabajo formal en el que se observa un uso adecuado del verso libre al que, en ocasiones, se le intercala el uso de metros clásicos como el endecasílabo y el alejandrino, o el uso de formas como los versos pareados o el soneto –de rima libre en los dos presentes en el texto.

Libro singular, pero que no es sino la continuación de un proyecto de escritura, Las ilusiones de José Miguel Herbozo, pese a su hermetismo –que, en algunos textos, sería la observación que se podría hacer- es uno de los poemarios más importantes del 2019. Otro de los aciertos de la editorial Alastor durante el año pasado.





EJERCICIOS CONTRA EL ALZHEIMER



Alejada del coloquialismo o de otras modas literarias, la obra poética de Virginia Benavides (Lima, 1976) ha ido ganando con el paso del tiempo una notable madurez expresiva. Escritora de tránsito entre los noventa y el 2000, su poesía tiende a crear atmósferas de corte onírico haciendo uso de recursos herederos del simbolismo así como elementos propios del surrealismo, todo dentro de una visión muy personal en la que se pueden conjugar la ternura, la nostalgia o cierta desazón existencial. Justamente, muchas de estas características podemos encontrar en su último libro, Ejercicios contra el Alzheimer (Andesgraund Ediciones, 2019), a las cuales habría que agregar los temas que en este caso serán los recurrentes: la memoria y el olvido.

De manera general, se podría afirmar que Ejercicios contra el Alzheimer plantea la idea de la escritura como reconstrucción de la memoria; la poesía, de este modo, cumpliría el rol de mediación, sería una manera de luchar contra el olvido y una de las posibles maneras en que se construye la identidad. No obstante, una lectura más atenta nos revela otro aspecto: la del falso recuerdo y su superposición sobre la memoria. Todo esto llevaría a un cuestionamiento de la identidad, a un ahondamiento, a la constante interrogante sobre la validez de lo recordado: “¿Deshacer lo que nunca se hizo? Lo deshecho se recompone desde la imaginería del que teme ser otro. Existe la mirada que renuncia a la identidad de lo que está fugando. Una hoja amarilla tornándose polvareda  bajo la danza del sol y de las barrenderas de mi calle para luego cumplir su ciclo nutricio, raíz invertida”.

Otro aspecto que se puede mencionar en la obra son las presencias que subyacen en algunos poemas: personajes como la madre o la hija aparecen para luego esfumarse en un lenguaje que parece interpelar a alguien, pero que finalmente se cierra sobre sí mismo, ya sea para reflexionar, ya sea para interrogarse.

Escrito a manera de prosas poéticas con imágenes que se superponen creando pequeños cuadros en los que se reflexiona sobre el recuerdo, el paso del tiempo y el olvido, Ejercicios contra el Alzheimer es a la fecha, probablemente, el libro más logrado de Virginia Benavides; la musicalidad del verso acompañada de un uso preciso, nunca exagerado, de la imagen convierten a este libro en una de las mejores muestras de poesía publicadas durante el año pasado. Altamente recomendable.





ESQUIRLAS




Una de las obras poéticas más interesantes de la más reciente literatura peruana es la de Miguel Ildefonso (Lima, 1970).  Heredero en un primer momento del conversacionalismo, no obstante, su poética se ha ido ampliando tanto a nivel temático como a nivel expresivo. Así a los temas recurrentes en su obra como la descripción de la urbe, los referentes del arte y la literatura, y la reflexión sobre el proceso de creación poética, con el tiempo se agregarán otros como la migración, los procesos de hibridación, entre otros, empleando para esto un registro predominantemente coloquial en el que se incluyen por momentos tonos líricos, narrativos,  así como constantes juegos intertextuales.

En Esquirlas (Dendro Ediciones, 2019), su más reciente poemario, se retoman algunos de los tópicos antes mencionados aunque el tratamiento que se les dará es diferente. Parte Ildefonso de la tesis de que en la modernidad se ha roto la relación hombre-mundo y de que el lenguaje no es sino esquirlas producto de esa ruptura. Esta idea –la de una totalidad fragmentada- le sirve al autor como trasfondo para dar inicio al libro. Así, a un poema en prosa inicial, “Big Bang” –uno de los mejores del conjunto-, le siguen una serie de poemas -“Esquirlas”- en los que se reflexiona sobre diversos aspectos de la creación poética. “La poesía hoy es el proceso de saber/ qué le sucedió a la belleza/ cuando apareció un monstruo como Baudelaire”. Asimismo, la labor del poeta en este contexto sería la de rescatar la memoria “(…) esa inocencia primigenia el alba/ cuando aún estaba lejos el desencanto/ cuando aún no acaecía el ocaso de los dioses”. Otras reflexiones se suceden a lo largo del texto; de esta manera, vemos discurrir al yo poético sobre la página en blanco, la relación entre la poesía y el amor, el acto sexual, la ausencia, la aparición de la poesía femenina, la depresión, entre otros temas. A lo anterior, se puede agregar el diálogo que el autor establece con toda una tradición: son recurrentes los nombres de Vallejo, Eielson, Rimbaud, Octavio Paz, así como los de Platón, Dante, Hölderlin, Kant, Baudelaire, Huidobro, Elliot o Mallarmé. La última sección del libro, “Expansión métrica del espacio poético” –quizás la más lograda del conjunto-, está conformada por t prosas en las que la voz poética dialoga sobre conceptos vinculados a la poesía con algunos autores –Kafka y el fuego, Baudrillard y la locura, Bataille y el erotismo, por citar algunos textos.

Escrito con un tono en el que predomina la reflexión, ya sea en modo de prosa poética –como en el texto inicial o en la última parte-, o como breves poemas que se engarzan uno tras de otro como un continuum, Esquirlas significa un viraje en la obra de Ildefonso. Si bien como tema lo metaliterario, en cierta medida, siempre estuvo presente en su obra, es en este libro – al que, incluso, se han agregado citas aclaratorias al pie de página- en el que el centro de su atención estará dado en la creación poética. Solo una observación: por momentos, pareciera que el tono reflexivo se hace demasiado evidente, lo que podría restarle sugerencia al texto poético –o emparentarlo más con el ensayo, lo que tal vez fue la intención original del autor.

Haciendo gala de su conocimiento de la tradición con la que dialoga para citarla, superponerla o criticarla, Ildefonso, así, nos entrega uno de los mejores poemarios escritos durante el 2019 marcando, de esta manera, un giro en la obra de quien es, para muchos, la más importante voz poética de los años noventa.





CONSIDERACIONES FINALES

Resulta urgente el hecho de que existan espacios dedicados a la crítica; una de las razones que me motivaron a elaborar estas reseñas es el enorme maremágnum de textos y la falta de revisión crítica de los mismos; en la “comunidad imaginada” de poetas peruanos pueden convivir tranquilamente -y con beneplácito de los escasos reseñistas- poetas de mucha, regular, poca o, incluso, ninguna calidad.

Esto apunta a la misma gente que estudia Letras; es tan poco el interés que estos presentan por la poesía que para muchos estudiantes de Literatura el poeta más fresco y original que han leído es Luis Hernández (nadie niega su calidad, pero, valgan verdades, es un poeta cuyo obra se produjo hace más de cincuenta años). Esto en parte debido al creciente interés por los estudios de corte culturalista, lo que, además, habría generado, entre otras consecuencias, un desinterés del estudio del aspecto formal de los textos para centrarse en estudios de corte ideológico o social.

Asimismo, este desinterés se debe en parte a los mismos poetas; algunos con sus actitudes malditescas y su escaso conocimiento de la tradición generan que mucha gente que estudia Letras los mire por encima del hombro (ah, es poeta). No obstante, habría que recalcar y esto debería subrayarse que, ante la ausencia de “letrados” que organicen eventos o recitales, han sido proyectos alternativos de gente que originalmente no pertenece al mundo de la literatura académica los que animan y organizan eventos (diremos: los que mueven la movida).

Del resto de textos a los que pude tener acceso, destacaré dos: Elysium de Roger Santivañez, libro con buenos momentos que continúa la poética propuesta en sus últimos libros –pero cuyo punto más alto, a mi parecer, es Labranda-. El otro autor es Lizardo Cruzado con No he de volver a escribir, libro del cual se esperaba mucho más y que, pese a algunos buenos textos, en un balance final, resulta irregular.

Queda una lectura pendiente de Elogio de la ruina, proyecto mayor que reúne la poesía completa del poeta arequipeño Jimmy Marroquín con quien creo, dada la calidad de su obra, existe una enorme deuda por parte de la crítica.

De momento, esto es cuanto hay que decir. Lean los textos, la obra se defiende por sí sola.


Breña, enero del 2020















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