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Escultura de la serpiente Tifón |
Solo, sin concurso de su esposa, el gran Zeus había traído
al mundo una hija: Atenea, la diosa guerrera.
Al verla entrar en el Olimpo, altiva y bella, el corazón de
Hera se estremeció. Contuvo su ira al sorprender en las miradas de los demás
dioses la luz de la admiración que su hijo Hefesto, infeliz y deforme, a pesar
de ser el fruto legítimo de su matrimonio. ¿Cómo había podido su esposo
engendrar solo una criatura tan magnífica, mientras que unido a Hera había concebido
un ser tan feo y deforme?
Las palabras de Hera , dichas en alta voz, sacudieron la
sala como una tempestad y llegaron a los oídos del poeta Homero, quien
cuidadosamente registró: “Terrible y astuto Zeus –dijo ella-, ¿cómo osaste dar
a luz a Atenea?, ¿no podría haber sido yo quien te diera esa hija? ¡Ahora voy a
hacer algo para tener un hijo que se distinga entre los dioses! Y lo hago sin
avergonzar tu lecho y el mío, pero también sin ti. Me alejaré de tu compañía y
de los demás dioses”
Así habló airada y se alejó. En un lugar distante y
solitario, despojándose de su orgullo, dirigió súplicas al Cielo y la Tierra, y
a los Titanes del mundo subterráneo: “Escuchadme todos, y dadme un hijo…”
Tanto imploró y con tanto ardor que finalmente fue oída.
Gaia (la Tierra) comenzó a estremecerse y en ese instante la diosa se sintió
grávida.
Pero concebir un hijo sin la intervención de su esposo no
bastaba para vengarse de él. Necesitaba rechazar al esposo. Negarle caricias y
amor. Relegarlo a la soledad.
Pasaba la mayor parte su tiempo en los santuarios a ella
dedicados. Y los meses transcurrieron lentamente hasta que la gravidez llegó a
su fin. La diosa estaba ansiosa por abrazar al hijo que sería obra enteramente
suya, fruto exclusivo de su vientre.
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Detalle de vasija griega que representa a Zeus luchando contra Tifón |
El nacimiento fue decepcionante. El resultado de esa
concepción solitaria y amarga no se asemejaba ni a un dios ni a un mortal. Era
un monstruo, una peligrosa serpiente que vomitaba fuego: Tifón.
Sin poder librarse del rayo, Hera regresó al Olimpo. Pero lo
llevó consigo y se cubrió de vergüenza. Tifón no dejaba en paz a los dioses. Se
rebeló hasta contra el gran Zeus, reclamándole de manera terrible una esposa
divina que le hiciera compañía.
Como la presencia de Tifón importunara cada vez más a las
divinidades, Zeus lo derrotó y acabó
por enviarlo a Delfos, donde compartiría con la
serpiente Pitón la custodia del oráculo.
Mucho más tarde, cuando el dios Apolo exterminó a Pitón,
atrajo hacia al mar al hijo de Hera. En el fondo de las aguas, el monstruo
permaneció prisionero por el resto de los tiempos. Los hombres antiguos creían
que cuando se enfurecía convulsionaba la superficie del suelo y hacía entrar en
erupción el Etna, sembrando terror en los campos de la isla de Sicilia. En adelante, cada vez que se observa una columna marina que se eleva se le atribuirá a Tifón tal portento.
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